Hola, me llamo Neffer.

Soy coach de vida, educadora, escritora y sanadora.

Uno de mis lugares favoritos es la montaña del Ávila, ubicada en Caracas. Tengo un espíritu de aventura que he cultivado a lo largo de mi vida. Desde mi adolescencia me ha encantado viajar e ir de excursión para explorar nuevos territorios con mis amigos. Creo que ese espíritu de aventura me fue sembrado por mis padres, porque ellos volvían con mucha frecuencia a Venezuela cuando vivíamos en Estados Unidos.

Me encanta leer sobre mitología, psicología, historia, religión y salud. Soy una apasionada del séptimo arte, y voy con mucha frecuencia al cine. Me gusta mucho bailar salsa al aire libre, me encanta conocer nuevas culturas y descubrir diferentes tipos de cocinas. Otra de mis grandes pasiones es la organización y la planificación.

Comencé a trabajar desde muy joven como instructora de idiomas, y cuando me gradué, ya tenía una experiencia muy valiosa en el mercado laboral.

Tuve la oportunidad de trabajar en muchas empresas importantes en Venezuela. Mi responsabilidad era capacitar a los profesionales para que se sintieran seguros y cómodos al hablar en una reunión de negocios, o al hacer una presentación en inglés delante de los ejecutivos de las empresas.

Aunque mi vida profesional era muy interesante y trabajaba con gerentes con un recorrido increíble, me di cuenta que estaba aburrida de todo lo que estaba haciendo, y necesitaba un cambio. Por tal razón, decidí tomar una medida radical para darle un giro a mi vida.

Con unas ganas enormes de comerme el mundo, y con un espíritu que no envejece, me mudé a Francia a los 37 años para emprender lo que he denominado el viaje más importante de mi vida.

El viaje más importante de mi vida es el viaje interior

Pero no porque se tratara de cambiar la ubicación geográfica del lugar donde vivía, sino por el significado espiritual que tenía el acto de renunciar a mi familia, mi país, mi cultura, mi tierra y mis costumbres, para vivir sola y lejos de todo lo que amaba y conocía.

Para salir de mi tierra sola y explorar un territorio nuevo, diferente y raro, se necesitaba mucho coraje; pero para quedarme y darle vida al sueño parisino se requería perseverancia, porque la soledad, la distancia y el estatus de extranjera me hacían sentir como si me hubiese auto condenado a un destierro sin sentido.

Sin embargo, todo ha servido para un propósito mayor: crecer como persona, conocerme, amarme, aceptarme y poder ver el mundo desde una óptica diferente.

Hoy puedo decir que no me arrepiento de haber salido de mi zona de comodidad para mudarme a esta tierra, en la que sigo aprendiendo y ampliando mi percepción.

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